
LAS HISTORIAS COLECTIVAS TAMBIEN JUEGAN
por Tyson
Luego de la euforia por ver la goleada de Argentina, analizo lo colectivo que estuvo en juego y descubro dos historias sociales distintas y empiezo a entender el resultado más allá de lo futbolístico. Se enfrentaron dos situaciones políticas opuestas. Por un lado, un país dividido, viviendo una incertidumbre enorme. Una patria que ya no es la misma, porque todos sabemos que cuando regresen a su país (¿a qué país?) el equipo de Serbia y Montenegro ya no existirá más, porque simplemente ya no existe políticamente el país que les pagaba los sueldos. Es decir, podemos afirmar sin duda que los once de la cancha, y sus suplentes, son los últimos serbiomontenegrinos del mundo y luego del tercer partido serán, si no una raza, sí una nación extinta. Me refiero a que hoy vimos jugar una oncena de seres dramáticos que viven en el limbo, como en aquella película de “La terminal” con Tom Hanks. Por otro lado, basta ver el comercial de Coca Cola (similar al que pasan en la TV peruana pero con más punche) o el de Telefé, con papelitos picados, Susana Jiménez rebotando y el cómico que no sé cómo se llama vestido de gaucho, para saber que estamos en un país distinto, o al menos un País, una patria que tuvo que enfrenar una deuda, que tuvo que enfrentar una crisis política y salió unido, una organización capaz de resumirse y refundarse no solo en una identidad sino en un lema que es, al mismo tiempo, una declaración política, social, económica y hasta cultural: ¡Aguanta Argentina! Sí, yo sé, las historias colectivas no juegan los partidos. Al menos eso dicen. Pero en los Mundiales yo juro que he visto cosas que son para no dudar y que deberían ir de frente a los libros de Historia Nacional o los textos del área de Ciencias Sociales, como los goles de Maradona a Inglaterra o el gol de Irán a EE UU en pleno conflicto bélico.
Como sea, ahora se viene lo bueno: el análisis. ¿ A quién le ganó Argentina? ¿Era un equipo miserable, mediocre, falto de talento, antes de empezar el partido? No, no lo era. Un solo dato lo dice todo: el equipo al que hoy Argentina le encajó un 6-0 es el mismo equipo que en las eliminatorias solo recibió 1 gol en contra. ¿Así es el fútbol? Sí, pero tampoco todo es azar. Insisto: el Serbia y Montenegro de hoy no era el equipo que fue, sino el equipo en que lo convirtió Argentina. Cuando vino el segundo gol, justo en momentos en que Kezman abultaba el área rival con sus patillas, los serbiomontenegrinos se quedaron un poco en stand-by y ahí, en vez de irse abajo como todos los demás equipos de este Mundial (incluido España, que solo se animó a jugar cuando vio que la fortuna le regalaba un penal y un tres a cero), se fue arriba, empezó a tocar, atacar, a definir un encuentro que ya estaba ganado, al menos en espíritu. Y lo sentenció antes de que los contrarios pudieran darse cuenta que su récord de imbatibles caía al suelo. Vean la repetición de los goles: ¿por qué un pericote como Saviola le roba la pelota a un gigante? ¿Por qué los adelantados argentinos, llámese Tévez, Crespo o Messi, llegaban siempre medio chimpún por delante de los defensas? Les ganaron el vivo, les comieron el coco, los confundieron, los marearon y los bailaron. Es decir, les hicieron lo mismo que todos pensamos que Brasil iba a hacer en todos los Mundiales que hemos visto, pero que en realidad no lo hace desde aquel del 70 con Pelé a punto del retiro.
¿Qué sigue ahora? Primero lo primero: no olvidaremos este partido. Este partido quedó grabado en la retina y será un ítem en la historia de los mundiales. Si Argentina hubiera sido Perú, ya tendríamos tema de conversación para los próximos domingos en 40 años de nuestras vidas. Y los canales de TV ya sabrían qué partido repetir cuando se malogre el video de Cachito Ramírez y sus dos goles, o el del nene Cubillas y sus tres dedos. Pero, ojo, este partido es historia notable pero historia al fin, y la Copa se sigue jugando. A Argentina, no me cabe duda, le conviene Portugal, aunque México haya entrado en su partido contra Angola en un bache de creatividad. ¿Por qué Portugal? Porque los portugueses tienen ambición pero se desconcentran y se cuidan. Porque son elegantes, casi solemnes, y eso casi siempre es una buena excusa para dejar que unos delanteros malcriados (o “apaches”, si juega Tévez) se metan a patadas y encajen el gol como se debe. Los mexicanos, en cambio, juegan siempre por la bandera, al equipo lo llaman el Tri no por Tricampeones sino por Tricolores pero el efecto es el mismo: el orgullo patriótico, las ganas de no perder, el honor de jugar por tu selección. ¿Le conviene a Argentina jugar con su clon anímico centroamericano, así en la individualidad sea menos que Portugal? Por lo que dije en la primer parte de esta columna, yo creo que no. Y si me permiten ser memorioso: la historia de sus enfrentamientos en copa América o Libertadores me da la razón. Por lo pronto, a disfrutar de esos seis goles y de este Mundial que recién comienza y ya lo extraño.
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