El Jugador: Zinedine Zidane, porque demostró que en un campeonato del Mundo no solo importa la técnica sino también el triunfo épico, la posibilidad de levantarle la moral a un equipo alicaído y llevarlo hasta la final. Su cabezazo contra Materazzi es anecdótico, lo que jamás olvidaremos es su nivel extraordinario como jugador, sus ganas de no fracasar, su entrega.
La selección: Italia, porque logró romper su tradición de fútbol de candado y supo salir ofensivamente a rematar los partidos importantes, aunque sufrió demasiado con los equipos pequeños (la “bestia negra” de los italiano son los equipos chicos) como Australia y EE.UU. Fue el equipo más estratégico y con mejores individualidades (aunque su delantera no estuvo a la altura).
El arquero: Gianluiggi Bufón, estuvo impecable todo el Mundial, y puso la cereza en el pastel con el atajadón a una mano que le hizo a Zidane cuando todos pensaban en los penales.
El defensa: Fabio Cannavaro fue un león en su área, que caía y se levantaba, que sacaba pelotas imposibles, que volaba para esquivar centros. Además, más de una vez dirigió con potencia el ataque italiano desde su área. Un gladiador auténtico.
El mediocampista: Zidane, por lo anteriormente expuesto, aunque a nivel estrictamente técnico lo de Pirlo estuvo a su mismo nivel. Ambos fueron el cerebro del equipo.
El delantero: Didier Drogba, una lástima que su equipo no lo apoyara lo suficiente. Drogba era un delantero ideal para responder al mismo nivel las marcas de los estupendos backs de este mundial: tiene dribling, ubicación, técnica, ganas y sobre todo fuerza. Dejó muy atrás a los otros.
El jugador revelación: ¿Quién sabía de la existencia de
Franck Ribéry antes del Mundial? Muy pocos, y todos se sorprendieron de que Doménech lo coloque en vez de Trezeguet. “¡Es cosa de astrología!” decían. Pero Kukín Ribéry demostró que, en todo caso, las cartas estaban a su favor.
El equipo revelación:
Australia, que se jugó un Mundial estupendo, con un partido que debió empatar a Brasil, con un pase a octavos de final heroico y con un planteamiento táctico a Italia que los campeones del mundo no pudieron romper sin la ayuda del árbitro. Merecían mucho más. O por lo menos, un suplementario.
El entrenador: Jurgen Klinsmann, aunque todo el mundo apueste por Marcello Lippi. Klinsmann realmente fue el alma del equipo alemán, y su sistema táctico sin muchas variantes (estaba cantadísimo el Odonkor por Schnaider o el Neuville por Klose) resultó absolutamente práctico y funcional. Pudo llegar muy lejos con muy poco.
El árbitro: El argentino
Horacio Elizondo, que arbitró 5 partidos, incluyendo la inauguración y la final. En un Mundial de pésimos arbitrajes, Elizondo hizo lo correcto casi siempre y destacó como el ideal de la FIFA: no demasiadas tarjetas, no cortes de juego inútiles, no arriesgarse en decisiones divididas.
El gol del Mundial: El de
Maxi Rodríguez, el segundo de Argentina, a México. La paro de pecho y la agarro en primera, sin esperar el rebote, y la bola hizo una curva impresionante antes de terminar dentro del arco. Goles así no se ensayan.
El partido del Mundial: Un híbrido: el primer tiempo del Italia-Francia, el segundo de Francia-España, el suplementario de Italia-Alemania. No hay tanda de penales, pero los italianos deberían darle clases a los suizos.
La decepción: Brasil, un equipo de grandes individualidades pero nada de técnica. Cuando un jugador la tenía, los demás levantaban la mano para que se las pasen. ¿Qué hizo Parreira que no marcó zonas, posiciones, estrategias? Por más genios creativos que tenga, improvisando no se gana una copa del mundo. Una lástima que el desorden haya impedido a Ronaldinho mostrar su real nivel de juego.
La frustración: Ver a Zidane sacándose la banda de capitán como un niño bueno que ha hecho algo malo, pasando cabizbajo al lado de la copa que una vez levantó merecidamente y bajando por aquel túnel antes de tiempo.
El ridículo: el entusiasmo exagerado, irreal, del diario MARCA ante la actuación de la selección española.
Lo entrañable: El entrenador de Ucrania, y antiguo astro del Dynamo de Kiev,
Oleg Blokhin negándose a ver la tanda de penales, y luego celebrando el triunfo con pastillitas para el corazón.
La anécdota: El árbitro inglés
Graham Poll, que sacó tres tarjetas amarillas a un mismo jugador croata antes de expulsarlo.
El Fair Play: El arquero iraní y capitán de su selección, Ebrahim Mirzapour ofreciendo un ramo de flores por el repentino fallecimiento de su padre al portero mexicano Oswaldo Sánchez. Marco Materazzi hubiera usado esa información para gritarle “huérfano de mierda” a Sánchez, sin duda.
El Anti-Fair Play: Los argentinos, que se agarraron a golpes con los alemanes porque se molestaron de que celebren su pase a semifinal demasiado cerca de ellos.
Lo mejor de la organización: Los estadios, cada cual más hermoso, y la decisión de jugar con una pelota dorada el partido final.
Lo peor de la organización: La presencia de Shakira en la clausura, con un play back que nadie escuchó, y un retaca vestida de naranja que ha hecho del movimiento pélvico una excusa para su falta de originalidad.
El blog del Mundial: La extraordinaria, documentada, inteligente y entretenida página de "La Nación".
La hinchada: Las
preciosas suecas y sus
inolvidables ombligos.
La Mundialista: Sin lugar a dudas,
Eva González, la novia de Iker Casillas.